Transcribed and edited by Abby Kamensky, Mae Flato, Molly Hepner, Kayla Pomeranz, & Karla Núñez (University of Virginia).
Capítulo V
Cuan dignos son los indios de la protección Real, por las utilidades que han causado a la Corona de España
Así como los indios son los vasallos que menos han costado á la Corona, no son los que menos la han enriquecido y anmentado. Porque no puede dudarse que muchos de los demás reinos de Vuestra Majestad y de otras Coronas que hay en el mundo, aunque se consideren juntas, no igualan ni llegan á la menor parte de los tesoros que en tan breve tiempo ha fructificado la Nueva España en las minas del Potosí, Zacatecas, el Parral Pachuca, Guanaxuato y otras, y en los tributos, alcabalas, tercios de oficio y diversos géneros de renta, y esto sin hacer consideración de lo que mira al Perú.
Y aunque este excelente mérito y servicio a la Corona de Vuestra Majestad quieren algunos extenuarlo con decir que por las Indias se ha despoblado España y se ha llenado de cosas supérfluas, se puede responder fácilmente que no cuesta mucho a un reino otro, cuando le pide alguna gente y recibe hijos terceros o cuartos para formar colonias, y sujetarse a ellos y dejarse por ellos gobernar, enriqueciendo de paso sus vecinos y haciendo al reino poblador poderoso con tantos y tan frecuentes envíos como se remiten á España, no sólo de las rentas de Vuestra Majestad, sino de sus vasallos españoles de las Indias, a otros deudos, amigos y confidentes que dejaron en su patria.
Antes es muy loable y de gran mérito que cuando muchos Reinos, como los Países Bajos y otros de esta calidad, no han tributado renta considerable a la Corona, y ella les ha tributado gente, riquezas y sangre, y costado tantas guerras, hayan los de las Indias, sin costarle sangre, ni plata, ni oro, ofrecido cuanto la tierra ocultaba dentro de sus entrañas y veneros.
Y es muy cierto que si España no tuviera para consumir estos tesoros tantas guerras en Europa, estuviera abundando en riquezas, las cuales, aunque son la perdición de las costumbres y aún de los Reinos, si de ellas se abusare, pero siempre que con moderación y prudencia se usare de ellas, son el nervio de la guerra, la seguridad de la paz y el respeto y reputación de los Reinos y Coronas. Pues con las riquezas se mantiene en autoridad la dignidad Real, se pagan los soldados, se fomenta el comercio, se ocupan los vasallos, se conservan los presidios, se defiende la Iglesia y a nadie condenan las riquezas, sino el abuso y mal empleo de ellas, porque no son más que un indiferente instrumento de nuestra salvación o perdición si las gastamos en vicios, y de nuestra salvación si las damos honesto, santo y cristiano empleo.
Y así las Indias, sus provincias y reinos, sobre merecer la merced que Vuestra Majestad les hace por no haber costado mucho a la Corona, la merecen por haberla enriquecido con tan copiosos tesoros, cuales nunca se vieron en el mundo, siendo suyo sólo el darlos y de los Ministros el lograrlos.
Y es, sin duda, que para las continuas guerras del señor Emperador Carlos V y serenísimos Felipe II y III, su hijo y nieto, y las frecuentes y pasadas que V.M. ha tenido para defender la Iglesia y la fe y su dignísima Corona y Casa, han importado tanto los socorros de las Indias, cuanto se puede fácilmente reconocer de los que han venido desde el año 1523 hasta ahora, y de los que han faltado cuando por algún accidente no han llegado, que ha causado dañosísimo efectos.
Capitulo VII
De otros tres vicios de sensualidad, gula, y pereza en que suelen incurrir los indios.
En los otros tres vicios en que no pueden llamarse tan inocentes los indios, no puede negarse que son más templados que otras muchas naciones con quien no deseo hacer comparación ni es necesario; porque sólo es mi fin explicar los méritos del indio, tan remoto vasallo de Vuestra Majestad y que tan crecidos favores ha merecido siempre de su piedad, para que los continúe y honre con hacerlos eficaces con la ejecución de sus reales cédulas y leyes, sin notar naciones algunas, en todas las cuales es fuerza que haya inclinaciones buenas y otras reprobadas.
Porque lo primero, son muy templados en la sensualidad cuando no se hallan ocupados los sentidos, y embrigados o embargados con unas bebidas fuertes que acostumbran, de Pulque, Tepache, Vingui y otras de este género. Y aunque tienen entonces algunas flaquezas grandes, y al vicio de la sensualidad no hace menos grave el de la embriaguez; pero mal podíamos condenar comparativamente a estos miserables indios que pecasen e hiciesen (ocupados y embarazados sus sentidos) lo que hombres muy hábiles, despiertos y políticos, pecan con todos sus cinco sentidos desocupados.
Y así, este primer vicio de sensualidad, se reduce en los indios frágiles al primero de gula, en el cual dejan de incurrir todos los indios cuanto al comer, porque son templadísimos; y cuanto al beber también es ciertísimo que se enmendarían fácilmente, si todos los pastores de sus almas y los alcaldes mayores, pusiesen en ello cuidado especial para reformarlos, como lo hacen algunos; porque en los indios no hay más resistencia que un niño de cuatro años cuando se le quita el veneno de la mano y se le pone otra cosa en ella.
Y cuanto a la pereza, que es muy propia en ellos, por ser tan remiso y blando su natural, no hay que cuidar de exhortarlos a la diligencia y trabajo corporal: porque para este vicio están llenos de médicos espirituales y temporales doctrineros, y Alcaldes mayores que los curan con grandísima frecuencia, ocupándolos en diversas granjerías, hilados, tejidos y todo género de artes y utilidades, en que consiste el fruto de los oficios con que en los que no son naturalmente diligentes se halla este vicio del todo desterrado.
Y de aquí se deduce, señor, una manifestación evidente de la virtud de los indios, pues de siete vicios capitales que traen al mundo perdido, se halla su natural, comúnmente hablando, muy exento y moderado, y rarísimos incurren en los cinco, que son: codicia o avaricia, soberbia, ira, ambición o envidia, y cuanto a la pereza, tiene tantos maestros para hacerlos diligentes, que se hallan del todo convalecidos, y la sensualidad sólo se reduce en ellos al tiempo que están ocupados los sentidos con la gula, y este vicio no le ejercitan en el comer, sino en el beber ciertas bebidas de raíces de hierbas que causan estos efectos con que vienen á hallarse libres de seis vicios capitales, en cuanto sufren nuestra frágil naturaleza, y del que les queda, en aquellos que lo incurren sólo son flacos en la media parte de este vicio, que es el beber, exentos del todo en la otra, por ser tan parcos en el comer, que parece que puede decirse, que de siete vicios, cabezas de todos los demás, sólo incurren en el medio vicio cuando a los demás tanto nos afligen todos siete.
Compárense, pues, estos indios con las demás naciones del mundo, en las cuales es tan poderosa la ira, que hay algunas donde han durado los bandos y guerras interiores entre linajes y naciones cuatrocientos y seiscientos años, como güelfos y gibelinos, y narros y cadels. Y en otras es tan poderosa la gula, que apenas salen de los banquetes: y en otras la sensualidad tan disoluta, que apenas perdonan lo más reservado y sagrado. Y en otras la ambición que ha despertado innumerables guerras: y en otras la envidia y la soberbia tan terrible, que han querido sujetar todas las naciones circunvecinas y destruir por estos dos vicios las casas y coronas más católicas. En otras son tan frecuentes las murmuraciones, blasfemias y juramentos, que apenas se oyen otras palabras en gran número de gente. Y se verá que respecto de los muchos vicios que afligen en el mundo á las naciones, vienen a ser los indios virtuosos e inocentes, y dignos (por su virtud) del amparo real de Vuestra Majestad.
Capítulo IX
De la paciencia del indio.
Entre las virtudes del indio más admirables y raras, es la de la paciencia, por dos razones principales: La primera, porque cae sobre grandísimos trabajos y pobreza. La segunda, porque es profundísima e intensísima, sin que se le oiga tal vez ni aun el suspiro, ni el gemido, ni la queja.
Cae sobre grandes trabajos, pues cuando su común vivir interior es tan pobre y miserable, ya se vé cuál será la sobrecarga del padecer exterior. Porque sobre el descanso es tolerable la fatiga; pero sobre la misma fatiga otra fatiga, sobre un trabajo otro trabajo, sobre un azote otro azote, es padecer suprema magnitud.
No refiero a Vuestra Majestad lo que padecen en este discurso, donde hablo de sus virtudes, por no mezclar con ellas ajenos vicios y porque sería preciso mortificar en él los que con bien poca razón los mortifican a ellos, y mi intento sólo es favorecer a los indios, si pudiere-sin tocar ni desconsolar a los que a ellos lastiman y desconsuelan.
Sólo puedo asegurar a Vuestra Majestad con verdad, que ejemplo más vivo en el padecer cuanto a lo exterior, que el de estos naturales de los santos mártires y confesores, y de aquellos que por Dios padecen tribulaciones y penas, no me parece que se puede ofrecer a la consideración, y que yo los he deseado imitar y los miro y considero como espejo de una invictísima paciencia.
Pues por muchos y grandes que sean sus agravios, rarísimas veces tienen ira ni furor para vengarse, ni satisfacerse, ni aun se conmueven a ir a quejarse a los superiores, si no es que alguna vez lo hagan influidos o alentados de españoles, clérigos, religiosos o de otros de ajena condición, que ya lastimados de lo que padecen, ya por el celo de la razón, ya por el servicio de Vuestra Majestad y la conservación de ellos, ya por sus mismas utilidades o pasiones, les persuaden que se vayan a quejar.
Porque lo ordinario es padecer, callar y pasar, y cuando mucho, ausentarse de unas tierras a otras y seguir el consejo del Señor, cuando dijo: Si en una ciudad os persiguen, huir a otra.
Ni ellos buscan armas para vengarse, ni ellos vocean ni se inquietan ni se enojan ni se alteran, sino que consumen, dentro de su resignación y paciencia, todo su trabajo.
Si a ellos llega el Superior y les manda que hilen, hilan; si les mandan que tejan, tejen; si les mandan que tomen cuatro o seis arrobas de carga sobre sí y las lleven sesenta leguas, las llevan; si a ellos les dan una carta y seis tortillas, y algunas veces la carta sin ellas, y que la lleven cien leguas, la llevan; ni ellos piden su trabajo ni se atreven a pedírselo; si se lo dan, lo toman; si no se lo dan, se callan.
Si le dice a un indio un negro, que va cargado, que tome aquella carga que él lleva y se la lleve, y sobre eso le da golpes y le aflige de injurias, toma la carga y los golpes y los lleva con paciencia. Finalmente: ellos son, en mi sentimiento (por lo menos en este material), los humildes y pobres de corazón, sujetos a todo el mundo, pacientes, sufridos, pacíficos, sosegados y dignos de grandísimo amor y compasión.
Capítulo XII
De la parsimonia del indio en su comida.
El sustento ordinario del indio (siendo así que usan raras veces del extraordinario) es un poco de maíz reducido a tortillas, y en una olla echan una poca de agua y chile y la ponen en una hortera de barro o madera, y mojando la tortilla en el agua y chile, con esta comida se sustentan.
Al comer asisten con grandísima modestia y silencio, y gran orden y con mucho espacio, porque si son veinte de mesa, no se verá que dos pongan a un tiempo la mano en el plato, y cada uno humedece su corteza con mucho comedimiento y con una templanza admirable prosiguen despacio con su comida.
Si alguna vez comen más que chile y tortillas, son cosas muy naturales, asadas, y algunos guisados de la tierra; y entonces más lo hacen por hacer fiesta a algún superior, ya sea secular, ya eclesiástico, como alcalde mayor o doctrinero, que no por regalarse a ellos mismos.
Y en otras ocasiones, con ser distintas, los he visto comer con grandísimo espacio, silencio y modestia; de suerte que se conoce que la paciencia con que lo toleran todo los tiene habituados a tenerla también en la comida, y no se dejan arrebatar de la hambre ni ansia de satisfacerla.
Y de esta parsimonia en el comer, resulta que son grandes sufridores de trabajos; porque a un indio, para andar todo el día, le bastan seis tortillas con el agua que hallan en los caminos, que viene a ser menos en el precio y gasto de su comida, de tres cuartos castellanos; de suerte que con menos de doce maravedís de gasto, andan diez y doce leguas en un día.
Capitulo XIV
De la discreción y elegancia del indio
Cualquiera que leyere este discurso, señor, y no conociere la naturaleza de estos pobrecitos indios, le parecerá que esta paciencia, tolerancia, obediencia, pobreza y otras heroicas virtudes, procede de una demisión y bajeza de ánimo grande, o de torpeza de entendimiento, siendo cierto todo lo contrario.
Porque no les falta entendimiento, antes le tienen muy despierto, y no solo para lo práctico, sino para lo especulativo, moral y teológico. He visto yo naturales de los indios muy vivos y muy buenos estudiantes, y ha sustentado con gran eminencia en Méjico públicas conclusiones, un sacerdote que hoy vive, llamado D. Fernando, indio, hijo y nieto de caciques.
Son despiertos al discurrir, y muy elegantes en el hablar. Y cierto, señor, que andando por la Nueva España visitando, he llegado a algunos lugares donde los indios me han dado la bienvenida, con unas pláticas, no sólo tan bien concertadas, sino tan elegantes, persuasivas y de tan vivas y bien concertadas razones, que me dejaban admirado.
Y en lugar que se llama Zacatlán, un Gobernador indio dijo que tantas razones, tan elocuentes, y con tales comparaciones, y tan ajustadas, ponderando la alegría que sentían de que su Padre y Pastor los fuese a visitar y consolar, y el sentimiento con que se hallaban de lo que habría padecido en la aspereza de los caminos, y diciendo, que como el Sol alumbra la tierra, así iba a alumbrar sus almas: y que como él no se cansa de hacer bien, ni su Prelado se cansaba de cuidarlos y ayudarlos, y que las flores y los campos se alegraban de la venida de su Padre y Sacerdote, y comúnmente casi todos hablan con mucha elegancia.
Y esta lengua sola de cuantas yo he penetrado y oído, habiendo corrido la Europa, aunque entre la griega ni la Latina tiene sílabas reverenciales y de cortesía, y que poniéndolas significa sumisión y quitándolas, igualdad, como para decir Tadre, se significa con la voz Tatl, y para decirlo con reverencia se dice, Tatzin; y Sacerdote de dice Teopixque, y con reverencia se dice, Teopixcatzin, y de esta suerte en las mismas palabras manifiestan la cortesía y reverencia con que hablan.
Cuando tal vez vienen a hablar a sus Superiores en cualquiera materia que sea, o declamatoria quejándose, o laudatoria dándole gracias, dicen muy ajustadas y no superfluas razones, y muy vivas, y son muy prontos en sus respuestas, y tan despiertos, que muchas veces convencen a las naciones que andan entre ellos, y esto con grandísima presteza.
Fundíose una campana en la Catedral de los Ángeles, que pesaba ciento cincuenta quintales, y salió algo torpe al principio en el sonido, y afligiose un Prebendado, porque había sido Comisario de la obra, y díjole un indio oficial que la ayudó a hacer: No te aftijas, Padre, que luego que naciste, no supiste hablar, y después con el uso hablaste bien; así esta campana ahora está recién nacida, en meneando muchas veces la lengua, con el uso hablara claro. Y fue así, quebrantando el metal con el ejercicio de la lengua, salió de excelente voz.
En otra ocasión estaba un indio toreando, a lo que son ellos aficionadísimos, y habiéndole prestado un español cierta cantidad de maíz, que el indio había asegurado con fiadores, y viendo el acreedor al deudor muy frecuentemente en los cuernos del toro, haciale señas que se apartase, como quien tenía lástima de su peligro, y entendiendo bien el indio de donde estaba su acreedor, y le dijo: ¿Qué quieres? ¿Qué me persigues? Déjame holgar. ¿No te he dado fiadores?
Yo les he oído hablar muchísimas veces, y nunca les he oído decir desatino ni desconcierto, ni despropósito, ni necedad alguna, ni por descuido, sino siempre siguiendo muy igualmente el discurso y siendo ellos tan humildes y mirando con tanta reverencia a sus superiores, ya sean eclesiásticos, ya seculares, no ha venido jamás indio a hablarme en diez años que se haya turbado, ni equivocadose, ni cortándose, cosa que sucede tan comúnmente a todas las naciones cuando hablan con personas de respeto, sino que juntamente con la reverencia conservan una advertencia y atención de lo que hablan, obran y responden, como si fueran hombres muy ejercitados en negocios graves.
Capítulo XVI
De la industria del indio, señaladamente en las artes mecánicas.
Y en cuanto a lo prácticos en las artes mecánicas son habilísimos, como en los oficios de pintores, doradores, carpinteros, albañiles y otros de cantería y arquitectura, y no solo buenos oficiales sino maestros.
Tienen grandísima facilidad para aprender los oficios, porque en viendo pintar, a muy poco tiempo pintan; en viendo labrar, labran, y con increíble brevedad aprenden cuatro o seis oficios y los ejercitan según los tiempos y sus calidades.
En la obra de la Catedral trabajaba un indio que le llamaban siete oficios, porque todos los sabía con eminencia.
La comprensión y facilidad para entender cualquiera cosa, por dificultosa que sea, es rarísima, y en esto yo no dudo que aventajen a todas las naciones, y en hacer ellos cosas que los demás no las hacen ni saber hacer con tal brevedad y sutileza.
A Méjico vino un indio de nación Tarasco, que son muy habile, y los que hacen imágenes de plumas, a aprender a hacer órganos, y llegó al artífice y le dijo que le enseñase y se lo pagaría; el español quiso hacer escritura de lo que había de darle, y por algunos accidentes dejo de hacerla en seis días, teniendo entre tanto en casa al indio. En este tiempo compuso el maestro un órgano de que tenía hechas las flautas, y solo con verlas el indio poner, disponer, tocar y todo lo que mira al interior artificio de este instrumento, viniendo a hacer la escritura, dijo el indio que ya no había menester que le enseñase, que ya sabía hacer órganos, y se fue a su tierra e hizo uno con las flautas de madera, y con tal excelentes voces, que ha sido de los raros que ha habido en aquella provincia, y luego hizo otros extremados de diferentes metales, y fue eminente en su oficio.
A Atrisco, una de las villas del Obispado de la Puebla de los Ángeles, llegaron un español y un indio a aprender música de canto de órgano con el maestro de capilla de aquella parroquia, y el español en más de dos meses no pudo cantar la música de un papel, ni entenderla, y el indio en menos de quince días la cantaba diestramente.
Hay entre ellos muy diestros músicos, aunque no tienen muy buenas voces, y los instrumentos de arpa, chirimías, cornetas, bajones y sacabuches los tocan muy bien y tienen libros de música en sus capillas, y sus maestros de ella en todas las parroquias, cosa que comúnmente solo se halla en Europa en las catedrales o colegiales.
La destreza que tienen en labrar piedras y la sutileza con que las lucen, puede causar admiración, como consta a Vuestra Majestad por algunas que le he remitido, y son verdaderamente piedras preciosas y de excelente color y virtud, de que tienen grande conocimiento, y de otras cosas naturales, como de las plantas, raíces y hierbas, de que hacen remedios a diversas enfermedades con singular acierto.
Por no gastar, como son tan pobres, se valen de las mismas piedras para hacer de ellas las navajas y lancetas para sangrar, y hácenlas con notable facilidad, brevedad, sutileza, y de ellas usan con la misma expedición que nosotros con las más sutiles y bien labradas de acero.